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19 oct 2011

Buenos Aires: Una Ciudad que marcaba tendencia en el Siglo XIX

Buenos Aires: Una Ciudad que marcaba tendencia en el Siglo XIX

Actas de Diseño Nº8

Actas de Diseño Nº8 [ISSN: 1850-2032]

IV Encuentro Latinoamericano de Diseño 2009 Diseño en Palermo Comunicaciones Académicas.

Año IV, Vol. 8, Marzo 2010, Buenos Aires, Argentina. | 264 páginas
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Castro, Andrea


La indumentaria que lucían las damas porteñas hacia mediados
del siglo XIX será solo una excusa para comenzar a
reflexionar sobre el papel de nuestro país en el mundo de
la moda, desde aquellos tiempos hasta nuestros días.
Como punto de partida podemos tomar el profundo sincretismo
que dominaba la vestimenta de las damas de la
sociedad porteña a comienzos del siglo XIX. Mantones
españoles convivían con rebozos indígenas, diferentes
textiles y colores se mezclaban intermitentemente al ritmo
de los bloqueos y desbloqueos portuarios y, lo francés,
lo español y lo inglés, sumado y convertido en resumen
de lo criollo, comenzaba muy tímidamente a dar paso a
lo que podría haber sido un estilo rioplatense. En este
contexto se destacan los disparatados, bellos, absurdos
y enormes peinetones que de la mano de su fabricante,
Don Manuel Mateo Masculino, dieron rienda suelta a la
extravagancia de las mujeres de casi toda la ciudad.
Este fenomenal accesorio es tomado por mí como un
símbolo de lo que no pudo ser, ya que su producción y
uso fue único en estas costas, y si los avatares políticos
no hubieran impuesto un rotundo cambio estético luego
de la caída de Rosas, seguramente Buenos Aires habría
comenzado a imponer esta moda en el resto de América
y porque no también, en Europa.
A partir de aquí, la historia ya es más conocida, nuestro
país no ha dejado de mirar hacia “afuera”, alternando la
copia de diferentes modas y estéticas. Aún hoy, con la
Carrera de Diseño de Indumentaria y Textil afianzada en
el panorama educativo, y varias camadas de diseñadores
ya recibidos, nos cuesta revertir esta realidad y seguimos
pendientes de analizar y adaptar las tendencias mundiales
más que de generarlas. Algunos diseñadores están hoy
en día recorriendo caminos identitarios diferentes, pero
todavía nos falta mucho por hacer.
Volviendo al principio de este análisis, nos resulta curioso
como las crónicas de los numerosos viajeros extranjeros,
en su mayoría ingleses, no dejan duda del asombro, la
curiosidad y también las críticas que causaban las modas
que de golpe sacudían la tradicional monotonía de esta
pequeña aldea que poco a poco se iba transformando en
una gran ciudad.
Como muy precisamente describe Susana Saulquin en
su libro Historia de la Moda Argentina, entre los años
1776 y 1830 se puede observar en las damas de Buenos
Aires el uso del traje típicamente español, conformado
por faldas largas y anchas y una camisa de lino con encajes,
corpiño o chaleco, sobre la cual se colocaba una
especie de jubón ajustado a la cintura, que caía sobre las
caderas y tenía mangas angostas y largas. El detalle de
combinación comienza a verse entonces en la cabeza.
Las mujeres de mejores condiciones económicas usaban
mantillas de seda, rematadas con una borla en cada
extremo y sostenidas delicadamente bajo la barbilla con
una mano o el extremo del abanico. Ahora bien, las de
menores recursos recurrían al rebozo, confeccionado
en una tela barata denominada bayeta o, muchas veces,
improvisado con los tejidos que los indios mapuches
cambiaban por monedas de plata en los alrededores de
la Plaza Mayor de la ciudad.
Poco a poco, en relación directa con los hechos que
estaban aconteciendo en Europa, la influencia francesa
comenzó a llegar a estas costas y entonces la mezcla se
acentúo aún más. Durante algún tiempo con el estilo
español coexistió una aporteñada imitación del traje
francés del período Luis XVI, hasta que, hacia 1820, se
comienzan a usar casi definitivamente los trajes neoclásicos
de inspiración grecorromana que había impuesto
en París la llegada de la burguesía al poder luego de la
Revolución Francesa.
Emeric Esex Vidal comenta: “En estos últimos años las
damas de Buenos Aires han adoptado un estilo de vestir
que tiene algo de inglés y de francés, pero conservando
el uso de la mantilla española que todavía le da un carácter
particular”. Muchos viajeros hablan de esa especial
combinación que hacían las porteñas del estilo francés
y español, desdeñando los sombreros, las cintas y las
bolsitas colgantes (ridicules) que llevaban las francesas,
para acompañar su atuendo con mantillas, abanicos y
alguna que otra peineta.
Con solo mirar un par de cuadros de Goya nos podemos
dar cuenta que esta combinación era una moda importada
desde España, pero la aparición de los típicos peinetones
porteños, difundidos por don Manuel Mateo Masculino
entre 1823 y 1837, va a ser un fenómeno rioplatense de
pura cepa.
Con la llegada de Rosas al poder comienza un período de
modas extravagantes y curiosas en todo sentido y a todo
nivel. Primeramente se observa una creciente ruralización
de la ciudad, de la mano de la gobernación de este poderoso
terrateniente, a la vez que se retoma la necesidad
de subrayar lo hispánico, que había caído en desgracia
en manos de una estética demasiado afrancesada en los
últimos años. Cuando el poder del tirano se afiance definitivamente
y desde su gobierno empiece a trabar cada vez
mejores relaciones con Inglaterra, las prendas comenzaran
a mostrar las típicas exageraciones de la moda romántica
londinense. Extravagancias importadas como: grandes
faldas armadas con enaguas de crinolina (el aquí denominado
miriñaque), corset, enormes mangas abullonadas
llamadas gigot o jamón, escotes botes y complicadísimos
bordados y apliques, conviven con extravagancias propias
de estas pampas: las divisas punzó impuestas por el
partido federal y los gigantescos peinetones.
Dice Eduardo Gudiño Kieffer en su libro El Peinetón: “Tan
absurdos pero tan bellos. Tan disparatados pero tan bellos.
Tan incómodos pero tan bellos. Sí, la belleza, la condición
estética en el paroxismo del tamaño y del diseño: eso es
lo que constituye el hechizo de los peinetones”.
El comerciante español Manuel Mateo Masculino aprende
en astilleros españoles a trabajar el asta y los huesos
vacunos por medio del fuego hasta convertirlos en una
sustancia córnea semitraslúcida (esta se usaba en reemplazo
del vidrio en los buques de guerra). Con estos conocimientos
llega a Montevideo donde instala una fábrica
de peines y peinetas en hueso, marfil y carey, en 1923
expande su negocio hacia Buenos Aires instalando una
fábrica con 120 operarios en la calle Venezuela 152 y dos
tiendas en las calles Potosí 40 y Victoria 9. Paulatinamente
comienza a diseñar peinetones con dibujos diferentes
y cada vez más grandes, moldeando y calando el carey
con técnicas y herramientas creadas por el mismo. Su
segunda mujer, María Jesuza Escudero lucía sus inigualables
creaciones cada vez que asistía a la misa mayor y
cuando las potenciales clientas se acercaban a la tienda,
se encontraban con enormes cajas cerradas de latón o
de madera, por lo que debían rogarle a don Manuel para
que accediera a mostrarles sus modelos. Nunca se sabrá
a ciencia cierta si fue la astucia comercial de Masculino
o simplemente el afán de competencia de las damas
porteñas, pero lo cierto es que los peinetones llegaron
a medir hasta 120 centímetros, obviamente cuanto más
grandes, más frágiles y más caros. Tampoco se sabe como
es que llegaba tanto carey a estas costas, pero la visión
de negocios de don Manuel era tan previsora que cuando
estalla la guerra con Brasil se las ingenia para reemplazarlo
por el asta (materia prima nacional por excelencia)
haciendo del peinetón un nuevo objeto artístico distinto
de sus antecesores y prácticamente único, ya que su uso
fue exclusivamente rioplatense.
La desmesura que coronaba las cabezas femeninas motivó
arduas discusiones en las veredas, ya que las damas
no querían resignar el paso a una rival y ciertamente al
mismo tiempo era imposible que pasaran, por lo que
consiguieron que se dictara una ordenanza policial reglamentando
el derecho de paso a la mujer que caminara por
la mano derecha. El litógrafo suizo Cesar Hipólito Bacle
realiza en el año 1934 una serie de litografías llamadas
Extravagancias del peinetón, en las cuales utilizando un
humor irónico se muestra a las señoras con desmesuradísimos
peinetones, chocándose con los demás paseantes,
enganchándose entre ellas, volando embolsadas por los
aires al cubrirlos con sus mantillas, o tapando absolutamente
la visual en las funciones del teatro. Con la
Mazorca buscando unitarios para despellejar, hasta las
más mentadas damas tenían que probar su apoyo a Don
Juan Manuel por lo que en estos, ya de por sí, estrafalarios
diseños, muchas veces había lugar para un retrato
del gobernador, o las leyendas “Viva la Confederación
Argentina”, o “Viva la Santa Federación”.
Después de la batalla de Caseros, vuelva a entablarse la
lucha de poder entre Buenos Aires y el interior, pero la
primera comienza a ganar la batalla casi definitivamente.
Con la población indígena a punto de ser diezmada
y con los gauchos mantenidos a raya en el campo, la
ciudad se decide a mirar definitivamente a Europa y
a volverse digna y opulenta. Las clases medias y altas
aumentan considerablemente y las costumbres se tiñen
de refinamiento, con el comienzo de la década del 80,
Buenos Aires se prepara para vivir un fin de siglo lujoso,
brillante, esperanzado y al mejor estilo europeo.
Entre 1870 y 1910 la llegada de cientos de miles de
inmigrantes al país va a comenzar a producir profundos
cambios en las costumbres y las expresiones culturales
de la ciudad (tómese como ejemplo el nacimiento del
tango), lamentablemente esta movilidad no se vio reflejada
en el modo de vestir de los criollos. En primer
lugar, si tenemos en cuenta que la mayoría de los recién
llegados, eran pobres de toda pobreza y que en general
traían lo puesto, es lógico que, ni bien conseguían unos
pesos, cambiaran sus vestimentas de origen por las que
se vendían en Buenos Aires. En segundo lugar, los pocos
inmigrantes de clases más altas, que hubieran podido
convertirse en transmisores de sus propios estilos de
moda, fueron totalmente rechazados por la clase alta local
y en su gran mayoría retornaron a sus países.
Salvo por los conocidos estereotipos que hoy se le venden
al turista como la esencia de “lo argentino”, tampoco
los personajes callejeros que se desprendieron de este
particular eclecticismo que de golpe invadió la ciudad
consiguieron generar un estilo propio. Compadritos, canillitas,
malevos, estancieros y demás solo nos muestran
sus pilchas desde las fotografías antiguas, pero es raro que
logren disparar nuevas ideas en los diseñadores.
El siglo XX transcurrió de copia en copia, y sumió a los
porteños en la admiración perpetua del afuera, muchas
veces estás acciones fueron promovidas desde la propia
imagen estética de los gobernantes, tal el caso de Evita
que compraba muchas de sus prendas en casas de alta
costura europeas. Rescatando algunos chispazos que se
produjeron durante la culturalmente explosiva década
del 60 (Mary Tapia, Dalila Puzzovio, etc) casi nadie se
preocupó por crear en el mundo del diseño un estilo
nacional genuino y propio. Pero, como dice el dicho, la
culpa no solo es del chancho sino también del que le da
de comer: la tarea es tan difícil porque el argentino y sobre
todo el porteño no tiene conformado un estilo personal.
El gran miedo del argentino es el miedo al ridículo, a
la crítica del otro, al que dirán: enfrentémoslo somos
inseguros y no nos conocemos lo suficiente.
Históricamente nos hemos pasado el tiempo negando
lo que somos, como porteños negamos al interior, como
descendientes de inmigrantes negamos lo indígena, los
criollos negaron lo español, las clases altas se negaron a
los posibles aportes de la inmigración, etc. El colmo de
la negación fue la que debió padecer el tango fenómeno
cultural poderosísimo que solo fue aceptado por a las
clases altas luego de que triunfara en París, antes directamente
estaba prohibido. Hacerse cargo de este “combo”
de legados que por el solo hecho de haber nacido en
suelo argentino nos pertenece es el primer gigante paso
que debemos dar, si somos el producto de esta extraña
mezcla, aprovechémoslo y sumemos, arte, concepto y
variedad cultural a nuestros diseños. Aprendamos de
nuestros vecinos y tampoco neguemos el enorme impacto
que está teniendo Brasil en el mercado internacional de
la indumentaria.
Dejando de lado los avatares políticos y económicos que
cada tanto sacuden la realidad de este país, de a poco,
las nuevas camadas de diseñadores han ido tomando
conciencia de esta problemática, muchos han comenzado
a interesarse por los legados culturales que nos llegan
desde el pasado y desde el interior del país, pero la tentación
de caer en el estereotipo es grande y muchas veces
esos intentos quedan resumidos en una estampa que se
repetirá en cuanta tipología vestimentaria exista.
Para concluir rescato el trabajo de dos importantes diseñadores
nacionales: Marcelo Senra y Pablo Ramírez, el
primero, nacido en Salta, desde el rescate de lo autóctono
y lo artesanal, apoyado en el uso de técnicas y materiales
típicos del noroeste argentino. Y el segundo (nacido
en Navarro, Prov. de Buenos Aires) desde su esencia
profundamente argentina con magníficas colecciones
que remiten a la historia de nuestro país, al tango, a la
Belle Epoque porteña, a mujeres como Evita, o Victoria
Ocampo, al gaucho, a Borges, a Buenos Aires.
La profunda crisis que padeció nuestro país en el 2001
fue un fuerte llamado de atención porque dejó en claro
la necesidad de tener una marca país con identidad definida.
La crisis económica mundial que está afectando
al planeta desde el año pasado, nos volvió a poner el
reloj delante de la nariz, si no nos subimos a este tren
de cambios fundamentales que está viviendo la humanidad
entera, nos vamos a quedar afuera. En menos de un
año tenemos que festejar nuestro Bicentenario, desde el
Estado se promete mucha pompa y grandiosidad, pero
todo suena a: “mucho ruido y pocas nueces”. Nuevamente
deberán ser los artistas (diseñadores incluidos) y
las ilimitadas expresiones culturales que tiene nuestra
gente, los que le muestren al mundo como es en realidad
la Argentina.
Andrea Castro. Diseñadora y Docente.

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